El turismo, por un lado, y los museos y el patrimonio cultural, por otro, constituyen sistemas con un importante grado de interrelación desde hace algunas décadas. Esta interrelación se ha intensificado en los últimos años por la asunción del eslogan: «patrimonio + turismo = desarrollo». Favorecida por una buena coyuntura económica, políticos, agentes socioeconómicos y gestores culturales han impulsado la construcción de museos, de espacios patrimoniales o han promovido la puesta en valor de bienes culturales con el objetivo de atraer turistas.
Sin embargo, la fórmula planteada en ese eslogan se presenta más problemática de lo que su simplicidad sugiere. Los sistemas turísticos, museísticos y patrimoniales son complejos, al igual que su interrelación. Sobre esas complejidades, en las que diferentes y variados agentes actúan en función de sus valores e intereses, tratan los artículos recogidos en la publicación “Museos y Turismo: expectativas y realidades”
Una reflexión muy acertada y adecuada a los tiempos que corren. El boom constructivo en torno a museos y espacios patrimoniales no ha frenado la sensación, aún candente en muchos destinos, de que la actividad turística es como una amenaza integral para el patrimonio cultural. Eso a pesar de que, con la adecuada actitud de todos los agentes implicados, a poco que se gestione correctamente debería ser su principal aliado y fuente de su desarrollo y mantenimiento. Y eso no se consigue aplicando una fórmula matemática, sino implementando políticas de gestión integrales que vayan más allá de la simple exposición de recursos.
Para lograr dicho objetivo es imprescindible que la gestión cultural y turística vayan de la mano y se eduque al turista para que se cambie determinadas actitudes. Los museos deben dirigirse a los turistas de una forma mucho más directa de lo que han hecho hasta ahora, fomentando conductas mejores entre sus visitantes y contribuyendo a su conocimiento, haciendo un turismo más compatible con el entorno y no de cara a la galería. Promoviendo, de esta forma y frente a una creciente masificación de los viajes, la concepción del viajero que se adapta al entorno, combatiendo la “turistificación” de muchas sociedades poniendo en valor el diferencial cultural y patrimonial de dicho territorio.