Durante 2014 se generaron 12.000 millones de euros en visitas a museos españoles. Una cifra que ha crecido en un 50% con respecto al año anterior, de la que aproximadamente el 60% ha sido generada por turistas extranjeros y el resto por españoles que muestran interés por conocer su patrimonio. A pesar de lo que podría parecer, las cifras contrastan con la tendencia que vienen apuntando de un tiempo a esta parte algunos expertos, que señalan que el sector del turismo cultural está en regresión.
En un foro sobre turismo cultural organizado por la Asociación Española de Profesionales del Turismo en diciembre en Madrid, se apuntó en esta dirección a pesar de ser un elemento clave para la descentralización y diversificación de la oferta turística en España. Como soluciones para combatir este declive, se señalaron como posibles recomendaciones la necesidad de dar más protagonismo a los museos pequeños, crear productos que combinen reclamos turísticos distintos, incentivar contenidos culturales en medios de comunicación, informar con más antelación a la turoperación que vende el producto España y crear ejes geográficos culturales reconocidos.
No obstante, reducir el turismo cultural a la práctica de visitar un museo es tan simple como sesgado. Un turista cultural puede ir a un destino motivado por el patrimonio cultural ligado a ese determinado territorio, que puede tener un componente etnográfico, científico, ecoturístico e incluso gastronómico o enoturístico. El turismo cultural es muy amplio y puede ser también un complemento perfecto a otros segmentos turísticos, para captar a un tipo de público que combina diferentes experiencias durante sus vacaciones.
Experiencias que deben servir para poner en valor no sólo recursos “musealizados”, sino también y sobre todo patrimonio vivo, tradiciones, costumbres, modos de vida y rasgos identitarios a través de propuestas turísticas sostenibles, que aporten a ambas partes. Al que visita con una experiencia única y auténtica y al territorio que recibe, por diferenciarlo a través de su identidad y generar unos recursos que hagan viable el mantenimiento de dicho patrimonio y de la actividad turística en sí misma. Parece sencillo sobre el papel, pero el turismo de masas, mayoritario y ligado a productos vacacionales y de sol y playa, tiende a estandarizar, lo que banaliza ese valor añadido que puede suponer un turismo cultural bien gestionado para un destino.
En esta línea, la semana pasada tuvo lugar en Camboya la I Conferencia Mundial de Turismo cultural, organizada por la Organización Mundial de Turismo (OMT) y la UNESCO, reuniendo a ministros de Turismo y Cultura de todo el mundo. Allí se debatieron sobre grandes ejes temáticos en torno a modelos de gobernanza y asociación, conservación de la cultura, culturas vivas e industrias creativas, rutas culturales y regeneración urbana a través del turismo cultural.
La presencia de la UNESCO, que trabaja por salvaguardar la cultura en todas sus formas, desde los monumentos al patrimonio vivo, lo que abarca tradiciones, festivales y todo tipo de artes escénicas, no es casualidad. Es una señal de por dónde deben ir los tiros, poniendo en valor una cultura que identifique y ponga en valor la identidad de un territorio, como una fórmula para propiciar el respeto, la tolerancia y el conocimiento entre los pueblos a través de un turismo sostenible. Eso, desde luego, debería ser una de las razones de ser y la motivación principal del turismo cultural.