
Las salinas de Imón, en Guadalajara, por las que discurre una de las Rutas de Don Quijote. Están catalogadas como Bien de Interés Cultural, aunque su protección ha sido a todas luces insuficiente
Se suele decir que la conservación del patrimonio es incompatible con el turismo, actividad que pretende hacer uso y disfrute de él. Todos tenemos en la mente a Venecia como ejemplo de la presión que puede llegar a ejercer el turismo sobre el patrimonio, al que paradójicamente se suele necesitar para financiar su conservación. En el ámbito rural, en cambio, se tiende a ver el turismo como la panacea para resolver los problemas crónicos de falta de financiación para la conservación de un patrimonio mucho más modesto. Imaginamos que la llegada de los urbanitas a nuestras casas rurales automáticamente nos va a permitir recuperar esa ermita o ese palacio que están abandonados, aunque el visitante por lo general orienta sus intereses a actividades más mundanas y ese patrimonio queda invisible a sus ojos. Entre estos dos extremos, las rutas han sabido encontrar un camino intermedio que beneficia a ambos de una forma serena y sostenible.
Las rutas permiten poner en valor pequeños elementos patrimoniales en serie, que, tomados de uno en uno, no tienen suficiente capacidad para atraer fondos para su recuperación y puesta en valor. Las rutas incitan al visitante a interesarse por un tema (productos gastronómicos, hechos o personajes históricos, etc.) con suficiente flexibilidad, variedad y ligereza como para atraer a un público muy variado. Permiten además que el propio visitante se autogestione la experiencia, dándole el grado de autonomía, profundidad y detalle que desee cada cual. Otorgan un sentido de identidad, orgullo y pertenencia a las comunidades locales por donde transcurre la ruta, fomentando el diálogo y la tolerancia entre ellas. Y, por último, permite que sea la propia población local quien ofrezca los productos y servicios en torno al tema que se trate, contribuyendo así a un desarrollo local endógeno que fomenta una relación, no sólo tolerable sino también deseada, entre huésped y visitante. Así, gracias a las rutas, tanto patrimonio como turismo se ven mutuamente beneficiados en un matrimonio duradero y saludable.
Aunque hay rutas de todo tipo y no todas, por desgracia, responden a estos patrones, hay muchas que están surgiendo con fuerza, ilusión y buen hacer. Un ejemplo de éstas es la joven y dinámica Ruta del Vino de Rueda: http://www.rutadelvinoderueda.com/es/